Lo están deseando. Los pequeños de la casa, nuestros niños, no ven el momento de volver a cruzar el umbral de la puerta para respirar libertad. Sus organismos necesitan la vitamina D que proporciona el sol... y saltar al aire libre, y correr, y ver a sus amigos, y gritar sin que el sonido retumbe. Ya están cansados de esquinas, de confinamiento, pese a que han dado a los adultos una lección: en general han aprobado –y con nota– uno de los exámenes más difíciles de sus incipientes vidas: soportar el encierro del estado de alarma. Y lo han hecho gracias a su infinita imaginación, a su rápido aprendizaje a la hora de autogestionar su tiempo, a su destreza con las nuevas tecnologías, a su paciencia.
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